jueves, 18 de febrero de 2016

Un momento de reflexión: Diseñar, escribir, aportar


Todos tenemos talentos, estén ocultos o no. Esas pequeñas o grandes cosas para las que nacimos y somos realmente buenos. Para algunos es bailar, otros son como peces en el agua entre números, ¡hay personas que pueden subir una sola ceja! Escribió Kéllyta con envidia. Por insignificante que suene, la capacidad innata de hacer algo es digna de admirar. Cuando esta aptitud también es motivo de disfrute, tiene el potencial de convertirse en una pasión. Y si, adicionalmente, con ella podemos favorecernos, o mejor aún, beneficiar a alguien más, estos pequeños trucos que manejamos y disfrutamos se vuelven una oportunidad. 

Si me preguntas cuál es mi talento, mi pasión, mi oportunidad, sin querer sonar arrogante, diría que definitivamente es escribir. Es lo que más feliz me hace, con lo que me siento más cómoda, mi forma de expresarme por excelencia. Este es mi número uno por mucho. Sin embargo también tengo otros talentos, puedo hacer un chiste de casi cualquier situación, por ejemplo. Diseñar y tomar fotos es otra de mis pasiones. Mostrarle a los demás cómo veo el mundo, con imágenes o con letras, me hace sentir libre. Por distintas situaciones de la vida esto no lo puedo hacer tanto como me gustaría, aunque es algo que estoy estudiando, pero de vez en cuando le dedico mi tiempo. Si no hago más de lo que ya he hecho es porque siempre he tenido miedo al fracaso, pero ya de eso escribiré en otra oportunidad. 

Una profesora, en mi clase de Ciencia y tecnología, nos preguntó “¿Qué harán por Venezuela como diseñadores?” Como cosa rara mi mente fue más allá y me pregunté “¿Qué haré por el mundo?” Responder qué haré por la sociedad, en general, desde mi humilde lugar, primero significaría responderme lo siguiente: 

¿Qué necesita este país? 
¿Qué tengo yo para ofrecer? 
¿Cómo usaré lo que soy para ello? 

Muchos esquemas que antes eran seguidos se rompen, tanto para bien como para mal. Sin querer hablar de la situación en otros sitios me ubico acá, en mi país. ¿Venezuela está mal? ¿Necesita un cambio? ¿Requiere a alguien como yo? Solo faltaría salir a la calle y ver alrededor para saber que las primeras dos preguntas son afirmativas. Los valores más sencillos brillan por su ausencia. Respeto, tolerancia, amor. En mi camino me encuentro con mucha gente molesta, con miedo, sin esperanza, hay un poco de todo. Tantos culpables hace difícil señalar. Ya el daño está hecho y sabiendo quién lo hizo no lo arreglará, ya no. 

Siempre hay soluciones, aunque no las veamos. Muchas cosas se escapan de mi control, así como el de muchos, pero todos podemos aportar algo. No planeo dar soluciones políticas o económicas, de eso sé más bien poco. Yo como diseñadora, escritora, humanista, soñadora e idealista irreversible veo a los niños con ilusión. Sí, a riesgo de sonar cliché son ellos en quienes debemos depositar nuestra mayor esperanza. Pero no solo hablo de los niños estrictamente por su edad biológica, también incluyo a ese niño que llevamos dentro y con tanto esfuerzo suprimimos. 

Es casi nuestro deber educar y educarnos a no cometer más errores “adultos”, esos que surgen de creer saber todo. Aceptar que podemos errar y volver a levantarnos, conservar esa visión fresca tan típica de los primeros años. A ellos, los biológicamente infantes, darles herramientas para que el día de mañana, cuando tengan nuestro papel, no se dejen limitar con lo que otros digan que está bien o mal. Animarles a explorar, investigar y forjar un pensamiento crítico-creativo para solventar inconvenientes desde un ángulo no restringido. A nosotros, los niños de alma, ayudarnos recuperar todo eso que dejamos en nuestro afán de madurar, ver una caja y pensar que es el juguete más entretenido por su cantidad ilimitada de posibilidades. Aún no descubro al 100% cómo haré yo para que esto sea posible, pero aquí estoy, escribiendo. Quizás esta no sea la fórmula mágica que resuelva tanto caos pero, ¿quién sabe? 

¿Cuál es tu talento? ¿Lo usas a tu favor o el de alguien más?

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