viernes, 26 de febrero de 2016

Contemplar

Acaricié su cuello, como de costumbre cuando estaba pensando en algo. Hoy, sin embargo, ese gesto ocultaba más de lo que me atrevía a expresar antes. Un deseo no dicho que salía a la luz. ¡Cuán molesta me parecía esa inocencia que irradiaba su infantil rostro! Sabía la mentira que había detrás, lo que antes me parecía adorable ahora era un insulto. Un escupitajo en la cara me habría ofendido menos.

Intento mirar atrás para buscar el momento que nos trajo aquí. Después de tres años de relación, todo parecía ir viento en popa. Planes de boda, un piso compartido, el futuro era nuestro. Grave error el mío. Vivíamos una ilusión alimentada por las sonrisas, los constantes halagos y los besos. Nadie pudo adivinar que esto terminaría así. O quizás todos lo vieron venir menos yo.

¿En qué momento decidí que debía morir?

Cuando era pequeña tuve una vida bastante normal. La gente suele confundir lo normal con lo que está bien. Mi padre engañó a mi madre con cuanta mujer se le cruzó. Tras una veintena de años, y su única hija ya mayor, se cansaron de fingir. No notaron que la supuesta inocencia que trataban de conservar en mí había muerto hace mucho tiempo. Lo odié a él por traicionar tantas veces algo que debía ser sagrado. La odié a ella por llorar y dejar que siguiera haciéndolo.

Tuve varias relaciones en mi vida, más de las que cualquiera consideraría aceptable. Con nadie duré más de un par de meses. Problemas de confianza, decía mi psicólogo. Nadie vale la pena, le respondí yo. Si les daba un poco más de espacio, me engañarían o me dejarían. Es el fin inevitable a todas las relaciones.

¿Por qué imagino que mis manos cortan el aire que necesita para vivir?

Yo no sentí que nada fuera en serio, a nadie le dejé ver quien realmente era. No creía en el amor, ni todo lo que conllevaba. O así me mentí hasta que la conocí. Ya había salido con chicas antes, jamás me dejé poner una etiqueta. Ella era distinta, no me veía como un buen momento y ya. En cierto modo parecía una niña, aunque era un par de años mayor. Tal vez su sonrisa me dio esa impresión.

Solo después de dos meses saliendo me atreví a besarla, o algo así, tan solo fue un roce de labios. Temí haber interpretado mal las señales, temí estar apresurando las cosas, temí su rechazo. Pero si algo me daba mucho más miedo era, definitivamente, ser aceptada, un terreno completamente desconocido. Cuando decidí alejarme jaló tímidamente mi camisa y nos besamos de nuevo.

¿Su muerte borraría esa mueca casi irónica?

Teníamos 5 meses la primera vez que sentí me engañaba, me dijo que era mentira, que yo era la única. Le creí. A pesar de los mensajes que enviaba constantemente cuando aparentemente yo no la veía, aunque cada vez pasaba menos tiempo conmigo por excusas poco creíbles. Todavía me sentía en una relación de ensueño y descarté mis dudas con extrema facilidad. Volvimos a estar felices, sin nubes ensombreciendo. 

Al pasar el año me sorprendí, las cosas se pusieron más serias. Empezamos a hablar de a dónde queríamos llegar. O quizás sería más acertado decir que empecé a hablar del futuro. Solo ahora puedo notar el fastidio que le provocaba ese tema. Nos mudamos juntas, más por insistencia mía que por su interés. Me sentía bien, cómoda en nuestra rutina diaria. 

¿Acaso debía ser así nuestro fin?

La encontré en nuestra cama, junto a él. Era su mejor amigo, su compañero de la universidad. Al graduarse, siendo los mejores de su clase, encontraron trabajo en la misma empresa de publicidad. Al principio lo celé, tanto tiempo compartido y gustos en común eran intimidantes. Ella me convenció de lo contrario, nunca lo vería de una forma distinta a lo que era, su amigo. 

Argumentó pasar por una fase de experimentación, antes de mí nunca había estado con nadie, ni hombre ni mujer. Un par de copas en celebración de un gran contrato los había llevado hasta nuestro apartamento. Él se declaró y la besó, ella no pudo detenerlo. El alcohol nubló su visión, pero no le gustaba, en serio. Jamás podría hacerlo de nuevo. 

¿Dónde quedaron tus mentiras ahora?

Tantas noches esperé que se durmiera para poder llorar sin ser notada. Ella seguía siendo la misma de siempre, con su cara de ángel. Le pedí que parara de verlo y me trató como a una loca, no podía exigirle que dejara su trabajo. Pasaba poco tiempo en casa, solo para dormir. Yo era un accesorio más en su vida. 

Se hicieron más evidentes los continuos engaños. Casi ni se molestaba en excusarse y yo dejé de exigirle una excusa. Me conformaba con su supuesto amor hacia mí. Una noche mis compañeros de trabajo organizaron una fiesta, yo fui buscando distracción. Al llegar al piso ya ella había llegado, se molestó porque yo no le había notificado dónde estaba. Peleamos. Me sacó en cara que seguía teniendo relaciones con su “amigo” y con muchos más. Esa fue la gota que colmó el vaso. La llamé zorra. Mi mejilla quedó marcada por su cachetada. Estaba harta de todo eso, no pude soportarlo más. 

¿En quién me convertí?

Siempre me gustó su rostro infantil, inocente. Sobre todo cuando dormía, podía pasar mucho tiempo viéndola. Acaricié su cuello largo rato, pensando, recordando.

2 comentarios:

  1. Hola! Te he nominado para los Liebster Award: https://instantesimperfectos.wordpress.com/2016/02/27/liebster-award/
    Un abrazo!!

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